Nuestras sociedades están atadas a la
lectura que hacen las empresas calificadoras de riesgo. Los medios de
comunicación asumen y difunden los mensajes de estas empresas como una verdad
revelada. Muchos de nuestros gobernantes afirman o no su gestión a través del
llamado "riesgo-país": si éste sube, se preocupan, mas si éste baja,
su satisfacción es inocultable. Un asunto de cuidado, pues sus impactos no son
sólo económicos, sino que afectan la vida social y política de la sociedad en
su conjunto.
Ahora, cuando el gobierno ecuatoriano
ha decidido suspender tramos de su deuda externa, por considerarla ilegal e
ilegítima, la reacción de las calificadoras no se hizo esperar. La agencia
Moody’s rebajó la calificación de la deuda soberana de Ecuador, después de que
ya lo hiciera su competidora Standard & Poor´s. En un comunicado Moody´s
concluyó que "la decisión del gobierno de incumplir está basada en motivos
ideológicos y políticos, y no en asuntos relacionados con su liquidez o su
solvencia". Una analista de la misma empresa destacó que "la
naturaleza del impago, el segundo de Ecuador en la última década, no tiene
precedentes en la medida que ocurre en una situación de relativa fortaleza
macroeconómica". Y Standard & Poor's "castigó" a la
corporación Andina de Fomento como consecuencia de la moratoria ecuatoriana:
"El Ecuador se está volviendo un activo tóxico o subprime aun para
instituciones tan solidas como la CAF", se indicó.
Al deteriorar la calificación del
índice de riesgo-país de Ecuador estas empresas demostraron su sorpresa, no hay
duda. No ha sido frecuente que en un gobierno, en un acto soberano, suspenda el
servicio de la deuda externa para impedir que éste se convierta en un peso
inaguantable para su economía y para su misma sociedad, lo que -más temprano
que tarde- ha conducido a moratorias, entonces sí por la incapacidad real de
pago.
¿Qué significa en realidad el
"riesgo-país"? Éste, normalmente, indica el nivel de incertidumbre
para otorgar un préstamo a un país. Mide la capacidad de dicho país para
cumplir con los pagos de los intereses y del principal de un crédito al momento
de su vencimiento. Dicho en términos tecnocráticos, determina cuál sería la
predisposición de un país -mejor sería decir de un gobierno- para honrar las
obligaciones contraídas con sus acreedores. Y el valor del
"riesgo-país" surge de la diferencia entre las tasas que pagan los
bonos del Tesoro norteamericano (que se asume son las de menor riesgo en el
mercado, sin considerar los múltiples y graves riesgos existentes en los EE.UU.
o provocados por los EE.UU.) y las que pagan los bonos del respectivo país. De
esta manera, se da una referencia del riesgo que se corre al invertir en un
determinado país en función de la deuda externa que éste tiene.
- Añejos índices de medición
Este tipo de medición es de vieja data.
Ya a inicios del siglo XX, el Manual de Moody’s, Revista Anual de los Valores
de Estados, calificaba los bonos estatales catalogándolos de acuerdo a sus
perspectivas de redención, definiéndoles de las maneras más curiosas, como que
"quien compre estos papeles, no invierte, especula" o que
"tienen un carácter incierto y no pueden mirarse como atractivos desde el
punto de una verdadera seguridad".
Cabe anotar, de paso, que las bajas
valoraciones de los bonos han caracterizado la deuda externa de los países
latinoamericanos. El ecuatoriano Alberto Guerrero Martínez, quien llegaría a
ser encargado del Poder (del 2 de septiembre al 4 de diciembre de 1932), se
lamentaba en una conferencia sustentada en 1929, en tanto profesor de Economía
y Ciencia de Hacienda de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de
la Universidad de Guayaquil, que
"los títulos de (la) Deuda
depreciados eternamente en los mercados, se sometieron a diversas conversiones
sucesivas, en las cuales cumplida una, con pérdida para los acreedores
esperanzados en mejores tiempos y alzada la cotización momentánea, seguía luego
la nueva depreciación, después del acostumbrado decreto de suspensión del
servicio..."
Esta cotización rebajada preocupaba a
expertos de la época, como Luis Napoleón Dillón. El veía en esta situación una
limitación para conseguir nuevos préstamos:
"Mientras tengamos en las Bolsas
de Londres y Nueva York el índice constante de nuestro desprestigio en bonos
cotizados en la cuarta parte de su valor nominal, no podremos pensar seriamente
en consolidar nuestro crédito ni en atraer al país capitales que nos sean, en
momento dado, absolutamente necesarios para equilibrar nuestras finanzas o
fomentar nuestro desarrollo interno".
La percepción existente entonces sobre
la baja cotización de los papeles de la deuda y su posible renegociación tiene
una vigencia presente indudable. Se creía entonces y se cree todavía hoy que
"es preciso entrar de lleno y con
decisión, en arreglos con nuestros acreedores para obtener algún alivio, sobre
todo teniendo en cuenta que los tenedores actuales de los bonos son, en su
mayor parte, negociantes que los han obtenido de los primitivos prestamistas, a
precios irrisorios y que, por tanto, no sufrirían en realidad pérdida alguna,
al realizarse una conversión ventajosa para nosotros, habida cuenta de que casi
una tercera parte de la suma adeudada corresponde a intereses atrasados.
Necesitamos -decía Dillón- reducir el monto de nuestra deuda externa y asegurar
su servicio exacto por medio y con la garantía del Banco Central de la
República, a fin de descansar tranquilos sobre la certidumbre que no sea
ilusoria, del restablecimiento de nuestro crédito externo".
Casi siempre, las cotizaciones bajas
han sido aprovechadas por financistas y especuladores. El Estado muy pocas
veces se ha beneficiado de esta situación. No se ha conseguido que el servicio
de la deuda se oriente por los valores deprimidos del mercado secundario.
En la práctica, más allá de cualquier
explicación técnica, el índice de "riesgo-país" se ha transformado en
un indicador de la solvencia de un país y de la calidad de determinadas políticas
económicas medidas (e incluso definidas) desde la lógica de los acreedores de
la deuda externa. Esta medición sirve para sostener su influencia. Para ello
cuentan con el apoyo de los consorcios transnacionales y de los organismos
multilaterales de crédito, con la complicidad de los grandes grupos de poder en
nuestros países y de los principales medios de comunicación vinculados a ellos,
además, por cierto, de una generalizada ignorancia en la sociedad sobre los que
significan estos índices de "riesgo-país".
- Engañosas apariencias tecnocráticas
Existen diversos factores puntuales que
pueden modificar el "riesgo-país": la inflación, la liquidez, las
devaluaciones, el vencimiento de la deuda externa, el riesgo de incumplimiento
del servicio de dicha deuda y, por cierto, una moratoria (default). Asimismo,
otros factores de análisis del entorno son aparentemente importantes. Entre
ellos, destacan la estabilidad política, la estabilidad macroeconómica y
fiscal, la situación del área geográfica del país, la fortaleza bancaria. Mas
lo que cuenta en la actualidad, en este tipo de mediciones, es el nivel de
consensos y compromisos para llevar a cabo o para completar las reformas
estructurales acordes con las demandas del Washington Consensus (WC).
Hay otros elementos que influyen
positiva o negativamente. Por ejemplo, la firma de una Carta de Intención con
el FMI tendería a bajar el "riesgo-país" por la aceptación de
políticas de corte ortodoxo, en concreto por la estabilidad macroeconómica y la
disciplina fiscal ofrecidas en dichas Cartas. En la práctica no importa que
(como demuestra la experiencia) los resultados de dichas Cartas no hayan
resultado tan beneficiosos como se las promocionaba previo a su firma. Cartas
muchas veces incumplibles, no por falta de voluntad política de los
gobernantes, cuanto por las propias cláusulas impuestas por el FMI (y aceptadas
por los mismos gobernantes). No se considera que por efectos de la política
recesiva de inspiración fondomonetarista puedan aumentar los niveles de riesgo,
ya que al recortar el gasto público, por ejemplo, se generan nuevas tendencias
recesivas. Tampoco se consideró adecuadamente que con más deuda externa,
contratada para financiar el servicio de la propia deuda, muchas veces en
condiciones que superan la real capacidad de pago de un país, crece el riesgo
de no pago de la misma deuda.
Otro aspecto relevante relacionado con
el "riesgo-país" es su significación política. Este indicador
involucra un elevado grado de subjetividad, lo que lo vuelve susceptible de manipulación.
Esto lo convierte en sí en un instrumento de control político. Siendo así, un
bajo nivel de "riesgo-país" podría muy bien no reflejar una real
estabilidad macroeconómica y menos aún el potencial de crecimiento de una
economía, sino apenas la aceptación por parte de un gobierno de las
condicionalidades de los organismos multilaterales de crédito,
independientemente de su conveniencia o no.
Se ha visto, por ejemplo, que el
"riesgo-país" incide incluso en procesos electorales. A la voluntad
política de los pueblos, como se ha registrado en varias elecciones recientes,
se la quiere domar esgrimiendo el cuento del "riesgo-país". George
Soros lo graficó magistralmente refiriéndose al proceso electoral en el que
triunfó el presidente Luiz Inacio da Silva, Lula, en Brasil:
"mientras en la antigua Roma sólo
votaban los ciudadanos romanos, en el capitalismo global, sólo votan los
capitalistas norteamericanos", y lo hacen a través de sus empresas
especializadas en determinar el "riesgo-país".
En suma, estos "electores
externos" resultan "más respetables que los que somos electores
internos, ciudadanos comunes y corrientes", para ponerlo en palabras de
Jürgen Schuldt. Y su peso real (expresado a través de estas "encuestas
internacionales de opinión") es mucho más duradero que el de los
ciudadanos de un país, cuya voz es consultada en períodos de dos o más años,
mientras que los "electores externos" pueden pronunciarse, como
afirma Schuldt, "todos los días, por no decir cada hora".
En estos sistemas, las calificaciones
se fijan por factores con un notable grado de subjetividad ya que dependen de
las percepciones personales de los analistas, que en muchas ocasiones no son
más que un puñado de personas (apenas cinco para el caso ecuatoriano, según
Mauricio Yépez, ex-ministro de Economía de ese país andino). Estas personas,
casi siempre, hacen sus "lecturas especializadas" por teléfono, por
Internet o por simples percepciones y conjeturas acumuladas en un par de
visitas a los países que monitorean, de los cuales apenas conocen relativamente
bien los vestíbulos de los hoteles cinco estrellas en donde se alojan.
La metodología utilizada, entonces,
deja mucho que desear. Sus calificaciones, por más que aparezcan rodeadas de un
hálito de tecnología y metodologías modernas, se basan en percepciones y como
tal son subjetivas (igual que el índice de Transparencia Internacional, ente
creado para percibir ciertas manifestaciones de corrupción sólo en el sector
público en función de los intereses de sus padrinos, entre otros del Banco
Mundial; este organismo percibido como la última palabra en la lucha contra la
corrupción, afincado en Alemania, tuvo como su primer presidente, en tanto
vice-presidente de Ecuador, a Alberto Dahik, quien financió reuniones de
Transparencia Internacional con gastos reservados del Estado y quien hoy, por
una serie de acusaciones vinculadas al uso de dichos gastos y a otras
adicionales, se encuentra prófugo de la justicia en Costa Rica).
- Los riesgos del índice de
"riesgo-país"
La influencia de este tipo de índices,
cuya lectura ritualizada incide permanentemente en las economías consideradas
como emergentes, puede incluso dificultar la reactivación del ciclo productivo
de un país (Inversión = trabajo = producción). Dependiendo de dicha lectura,
los inversionistas internacionales e incluso nacionales pueden tener más o
menos confianza para colocar sus capitales en un país, propiciando, en caso de
una lectura "negativa", incluso la fuga de capitales de la economía
nacional. Esta sería una suerte de protesta del capital de consecuencias
sumamente perniciosas.
Además, hemos descubierto un tema más
para atormentarnos. El concepto de "riesgo" ya nos pone en guardia.
Para (casi) todos es conocido el cúmulo de problemas que agobian a los países
subdesarrollados. Pero cuando la sociedad, en forma casi constante, está
pendiente de la lectura de "riesgos" que se puede hacer, termina por
tergiversar el papel de un indicador, que se transforma casi en un objetivo. Y
lo malo muchas veces termina por ocurrir, justamente porque se descuida los
temas de fondo. Esto en términos teóricos se conoce como profecía autocumplida.
Los resultados de esta lógica perversa
están a la vista: en el país que sucumbe al mandato del
"riesgo-país", se archiva la búsqueda de alternativas, disminuye la
iniciativa propia e incluso la creatividad. La ortodoxia se convierte en una
necesidad indiscutible, cuando en realidad es una necedad. Ya Albert Einstein
lo día con lucidez.
"Nada es un signo más real de
necedad que hacer lo mismo y lo mismo una y otra vez, y esperar que los
resultados sean diferentes".
Recuérdese que las medidas ortodoxas
que recetan una y otra vez -lo mismo y lo mismo- el FMI y el Banco Mundial,
muchas veces, por no decir siempre, agravan los problemas. Algo que se
comprueba a diario en América Latina. Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía
del 2001, es categórico al referirse a las reformas neoliberales:
"Una estrategia de reformas que
prometió una prosperidad sin precedentes ha fracasado de una manera casi sin
precedentes… Los resultados han sido peores de lo que muchos de sus críticos
temían: para gran parte de la región (América latina, NdA), la reforma no sólo
no ha generado crecimiento, sino que, además, por lo menos en algunos lugares,
ha contribuido a aumentar la desigualdad y la pobreza". [1]
Todo sumado podría reflejarse en una
disminución de la productividad e incluso de las posibilidades mismas de
desarrollo. Las experiencias vividas con el uso y sobre todo abuso del
"riesgo-país" completan un círculo nocivo, que confirma de que si no
aplicamos en su totalidad la receta del Consenso de Washington no saldremos del
atolladero, cuando en realidad muchas veces por aplicar una receta, que no se
ajusta a la realidad de nuestros países, se complican más las cosas.
De lo anterior se desprende, con
claridad, la trascendencia del "riesgo-país". En efecto, la principal
implicación que conlleva el "riesgo-país" convencional se refiere a
limitar, delinear, modificar o simplemente describir el probable comportamiento
de los capitales foráneos (préstamos externos e inversión extranjera) e incluso
domésticos, según se considere alto o bajo el riesgo. Por otro lado, su
significación tiene alcances mucho más reveladores. Para comprender esto debe
partirse de la noción misma de "riesgo-país", como una medición de
las posibilidades efectivas de servir la deuda externa, que se refleja en
desigualdad de las tasas de interés. ¿Cómo concebir esto en la realidad? Si un
país tiene problemas políticos o socioeconómicos que afecten su capacidad de
servir la deuda, estos se verán reflejados (conforme a la lógica irracional del
capitalismo) en un incremento de las tasas de interés y por tanto del servicio
de la deuda.
El índice de riesgo-país se mide
normalmente en puntos: 100 puntos corresponden a una diferencia de 1 punto
porcentual. Así, decir que si el "riesgo-país" de un pequeño país de
Nuestra América alcanzó 1.547 puntos en un año determinado, implica que en ese
año, los bonos de ese país rindieron 15,47 puntos porcentuales por sobre la tasa
de los bonos americanos. En otras palabras, si la tasa promedio de los Bonos
del Tesoro fue de 3,99%, la de los bonos de ese país fue de 3,99 + 15,47 =
19,46% Así, si los EE.UU. reciben un crédito de 1 millón de dólares a 3,99%
anual, al cabo de un año deberán pagar por intereses 39.900 dólares; pero si
dicho país pequeño de Nuestra América recibe un crédito similar, luego de un
año debería pagar 194.600 dólares de intereses. De esta forma, el país con
problemas de solvencia deberá pagar, en este caso una suma casi 5 veces mayor
que la del país solvente por concepto de intereses. De ello se deduce que el
"riesgo-país", al ser un reflejo de las condiciones socioeconómicas y
políticas de un país, más que un medidor de insolvencia puede ser considerado
un causante de ella.
Hay otros medidores que se expresan en
"letras". En estos casos, para medir la confiabilidad crediticia, se
utiliza los análisis de casas calificadoras de riesgo como Moody's Investors
Services o Standard & Poors, los cuales asignan un grado de calificación de
riesgo crediticio para los títulos emitidos por los diferentes países: el
Benchmark o Índice de Clasificación, que parte de AAA para "Máxima
Capacidad de Pago" hasta llegar a E para "No están clasificados por
falta de información ni tienen garantías suficientes".
Frente al índice de riesgo-país y en
amplia correlación con el mismo están el índice EMBI+, que es el índice de
bonos de los mercados emergentes, y el índice de riesgo-soberano. El Índice
Plus de Bonos de Mercados Emergentes de J.P. Morgan, conocido como EMBI+
(Emerging Markets Bond Index Plus),representa el diferencial entre el
rendimiento de los títulos más representativos de cada país –Bonos Brady, Bonos
Globales, Eurobonos, etc.– y el de los bonos del Tesoro norteamericano. Este
índice permite la comparación del nivel de riesgo entre los países
latinoamericanos y de cada uno de éstos con el promedio regional. El EMBI+
abarca un total de 17 países de los mercados emergentes, de los cuales 8 son de
América Latina. Una reducción de este indicador se asocia con una disminución
del riesgo país percibido por los inversionistas.
Justamente por el peso que tiene este
tipo de indicadores, se precisa comprender su significado y sus alcances. Con
estudios de riesgo que hacen empresas "especializadas", cuya
actividad pionera, como se manifestó antes, se remonta a principios del siglo
pasado, se analiza la capacidad de pago de la deuda externa de un país y,
últimamente, el "peligro" que correría una inversión extranjera. Eso
es lo que cuenta. Este "riesgo-país" no habla sobre la calidad de
vida de los habitantes de un país o sobre su capacidad para desarrollarse o
sobre la fortaleza de su democracia.
- El verdadero riesgo de los índices de
"riesgo-país"
En estricto sentido estos índices ni siquiera
garantizan la decisión que tome un inversionista, pues las mediciones de
aceptación de los compromisos con los acreedores cubren un período muy corto,
que normalmente no refleja la real capacidad de pago de un país y menos aún su
potencial de desarrollo. En este punto asoma como un ejemplo incontrastable de
las limitaciones de este tipo de índices, la crisis argentina: en este país
estos indicadores (alentados por el FMI, habría que reconocerlo), daban señales
de confianza a los inversionistas y a los acreedores cuando la economía gaucha
ya caminaba hacia el colapso. Quizás estas mediciones (fraudulentas, en tanto
mantenían reservada información confidencial a poderosos agentes económicos),
contribuyeron para que algunos grandes inversionistas puedan retirar
oportunamente sus capitales de la Argentina.
Martin Krause, en su artículo "El
tango del riesgo-país" [2] , fue sumamente expresivo y de alguna manera
también condescendiente con el "riesgo-país", cuando, el 11 de julio
del 2001, en medio de la vorágine económica que se vivía, afirmaba que
"La realidad es que los políticos
se mueven al compás del indicador; cada vez que sube un 5 por ciento se
anuncian nuevas medidas y si el aumento es mayor, se cambian ministros. Claro
que a los políticos no les gusta que el riesgo-país los obligue a cierta
austeridad y, al mismo tiempo, la "voz" de los argentinos se ve
disminuida. Pero mientras el estado argentino siga gastando lo que no tiene y
no pueda pagar la deuda que generó, bailaremos todos el tango del ‘riesgo-país’."
Como se ha demostrado, una y otra vez,
estos índices al responder al interés particular de corto plazo de las propias
calificadoras y sus clientes, o por sus variaciones tan rápidas, fluctuantes y
arbitrarias, no resultan políticamente sostenibles.
Como conclusión de todo lo expuesto
anteriormente, como con acierto afirma Mario Rapaport,
"el verdadero riesgo para un país
es no crecer, que la salud, la educación y la seguridad de los ciudadanos, que
la corrupción y la ilegitimidad corroan los fundamentos del sistema
democrático, que se carezca de una ciencia y tecnologías propias, que se deba
depender exclusivamente del capital externo, que no haya un aparato productivo
y exportador viables. El país está en riesgo cuando sus ciudadanos no tienen perspectivas
de progreso, cuando sus hijos se van a vivir al exterior, o sus nietos, si es
que se quedan deben seguir pagando una deuda que no tomaron". [3]
Joseph Stiglitz, al analizar las causas
de la actual crisis económica internacional, arremete contra las empresas
calificadoras y desnuda sus prácticas. Stiglitz, en términos precisos, desnuda
sus prácticas colusorias y corruptas, cuando afirma que
"la estructura de incentivos en
las agencias de calificación también resultó ser perversa. Agencias como Moody's
y Standard & Poor's son pagadas por los mismos a los que supuestamente
deben calificar. Como resultado, tienen todos los motivos del mundo para dar
buenas calificaciones a las compañías, en una versión financiera de lo que los
profesores universitarios conocen como inflación de notas. Las agencias de
calificación de riesgos, como los bancos de inversión que les pagaban, creían
en la alquimia financiera – que hipotecas tóxicas de grado F podían ser
convertidas en productos suficientemente seguros para estar en poder de bancos
comerciales y fondos de pensión. Habíamos visto el mismo fracaso de las
agencias de calificación durante la crisis del Este Asiático durante los años
noventa: altas calificaciones facilitaron una fuerte corriente de dinero hacia
la región, y luego una repentina inversión de las calificaciones produjo la
ruina. Pero los supervisores financieros no se interesaron." [4]
Quizás convenga desnudar una situación
obvia. Estas calificadoras no anticiparon para nada los problemas que se avecinaban
en la economía de los EEUU… No leen, ni califican su evolución. No les importa
que de aquí haya partido el impulso final de la grave crisis económica que
afecta al mundo entero. Pero eso si tienen la sinvergüencería de descalificar a
la CAF por tener relaciones financieras estables con Ecuador, cuyo gobierno se
atrevió a contradecir la ideología del mercado.
Como demuestra la historia, sobre todo
en estos últimos años, en los que ha estado omnipresente la influencia del
"riesgo-país" en nuestros países, el verdadero riesgo se ha
constatado a través de gobernantes que pretenden imponer los intereses
transnacionales hambreando a su población, o traicionando su palabra y la
confianza de sus electores. Queda claro que el desarrollo será imposible mientras
se sostenga el actual modelo socioeconómico excluyente y depredador,
especulador y sumiso al capital financiero, apuntalado con lecturas de índices
de "riesgo-país" que constituye otro riesgo más para nuestros países.
En este contexto, es fácil entender por
qué han comenzado a consolidarse propuestas de otros indicadores de
riesgo-país. Construir nuevos indicadores constituye una gran oportunidad no
sólo para denunciar las limitaciones y falacias de los sistemas de
"riesgo-país" dominantes, que recrean permanentemente nuevas
incertidumbres, sino que, al discutir metodologías para calcular de otra manera
y con renovados contenidos otros índices de "riesgo-país", se avanza
en el diseño de una herramienta para intentar medir cuán lejos o cuán cerca
estamos de la construcción democrática de sociedades sustentables. Esto es, en
sí, una demostración palpable de como la crítica puede dar un salto cualitativo
al abrir la puerta al diseño de propuestas viables y renovadoras.-